Ya se sabe que en los distintos gabinetes del poder, cuando se desmarcan de todo tipo de control democrático espoleados por los mercaderes de armas, impera la insensata obsesión de llevar la guerra a sus últimas consecuencias. Para lograr tan abyecto propósito, no dudarán en inventar atrocidades sin cuento para atribuirlas al enemigo; o bien justificarán las cometidas por los amigos, invocando “causas justas” desencadenantes de las guerras.

Mas, quienes las alientan, parecen desconocer que hoy, quien pone la máquina de la guerra en marcha arriesga su propia destrucción y con ella, la de la estirpe humana en su conjunto, sobre la faz de la Tierra. ¿Es preciso recordar que hace ya 40 años, el volumen de los arsenales de armas nucleares era tan amenazante que tan solo un mero accidente de grado medio en uno de los numerosos silos atómicos esparcidos entre las grandes potencias, podría sacar a la Tierra de su propia órbita? Imaginemos lo que esos arsenales han crecido o se han sofisticado desde entonces hasta ahora, en su letalidad, su alcance, su transporte…

Añadamos que reinan por doquier las pulsiones para que tan mortíferas armas proliferen. Nuevos candidatos a la tenencia de la bomba, Alemania es la última de la lista, desean sumarse al siniestro club nuclear, al igual que Corea del Norte e Irán. Francia, Reino Unido, Estados Unidos, la Federación Rusa, China, India y Pakistán tienen la bomba. Se trataba de un arma concebida para disuadir y atemorizar, pero en Hiroshima y Nagasaki se confirmó que servían para aniquilamientos masivos.

Detener el incendio del Medio Oriente

Las arrogancia de las actuales autoridades de Israel, cuyo ejército protagoniza en Palestina una de las guerras más genocidas pese a la que sufrió en sus propias carnes a manos del nazismo, permiten presagiar que, de no atajarlo de cuajo ya mismo, se avecina un devastador incendio de todo el Cercano y Medio Oriente: la reciente y premeditada agresión israelí contra le legación diplomática iraní en Damasco, más los ataques con drones iraníes en respuesta contra la provocación de Israel, así lo preludian–. En todo caso, pocos dudarían de que el hoy desalmado Gobierno judío se atreviera a movilizar su arsenal nuclear.

Por su parte, nadie sabe a ciencia cierta si la Guardia Islámica iraní, autora de la respuesta dronartillera contra Israel, permanecerá –o no– bajo el pleno control de Alí Jamenei. El anciano Guía Supremo de la República islámica de Irán, ha eludido hasta ahora casi todas las provocaciones recibidas, desde el asesinato de numerosos de sus científicos a manos de Israel hasta la aniquilación, por orden de la Casa Blanca en enero de 2020 y mediante un dron artillado, del sucesor in pectore del régimen persa, el general de división Qassem Soleimani: fue liquidado cuando acudía a sofocar un posible secuestro masivo, protagonizado por chiíes, en la Embajada estadounidense de la capital iraquí. El Artesh, el ejército regular iraní controlado por el Guía, guarda hasta ahora silencio.

Por consiguiente, el mantra real de la Guerra Fría, el de la Destrucción Mutua Asegurada sigue en pie, desgraciadamente hoy más que nunca. Vivimos en un mundo todavía más inseguro que el que caracterizó la Primera Guerra Fría. Hoy asistimos a la calentura de la Segunda Guerra Fría, postsoviética, que, de no actuar cuanto antes, puede escalar y convertirse en una Tercera Guerra Mundial. Y ello, no porque los pueblos del denominado Sur Global quieran entrar en esta ni en ninguna guerras, como algunos gobernantes del Norte rico quieren para sus adormecidos pueblos, sino porque el despliegue de armas letales en escena es ya de tal magnitud que nadie se salvaría de los efectos mortíferos y aniquilantes de una escalada nuclear.

Gestos bienvenidos

La Conferencia por la Paz Mundial puede empezar por aquí, por Europa. Ha habido gestos por el alto el fuego y por la paz en Palestina desde Madrid y desde Oslo. Bienvenidos sean. Mas falta un compromiso semejante con respecto a la guerra ruso-ucraniana. Ambas, pese a sus distinciones, tienen salidas negociadas. La diplomacia tiene recursos, cultura propia y voluntad suficiente para poner la moviola a cero y conversar mientras las armas callan, llegar a acuerdos y zanjar las guerras.

La vieja Europa sabe lo que supusieron las dos Guerras Mundiales sobre la piel de sus pueblos: en torno a cien millones de muertos y muchos millones más de vidas destrozadas por los gases, la metralla, el fósforo o la pena. Hoy, las armas han alcanzado una capacidad destructiva inimaginable. Los aires de guerra en Europa aventados desde Berlín o de París, con el aplauso de Londres y la jactancia de los círculos armamentísticos hegemónicos en Washington, soplan de espaldas a los ciudadanos europeos y americanos de buena voluntad, que detestan la histeria de los mercachifles de armas quienes, al igual que algunos ejecutivos de compañías farmacéuticas, crean la enfermedad, en su caso el odio, para decir que quieren curarla mediante fármacos que ellos mismos fabrican y venden, en este otro caso, las armas que aquellos fabrican y se aprestan a vender.

“Entre morir y matar, hay una tercera vía: vivir”

Es preciso salir de las fórmulas binarias, verdad-mentira, amigo-enemigo, victoria-derrota, para conjurar los conflictos bélicos, como brillantemente señala el escritor y experto Fernando Hernández Holgado en su reciente libro El pensamiento militarista (Edit. Catarata). En él recuerda la frase de la escritora alemana Christa Wolf quien, con extraordinaria lucidez dijo, a propósito de las guerras, que “entre morir y matar, hay una tercera vía: vivir”.

Señores de la guerra, déjennos vivir en paz. Nadie con dos dedos de humanidad y de sensatez desea la guerra que Ustedes ya están preparando, cada vez más llamativamente. Sus llamadas a la movilización general de los jóvenes para que acudan a morir bajo las bombas o los drones no van a ser escuchadas: tirarán sus armas al suelo cuando sepan que se les obliga a matar, por ejemplo, a aquellos jóvenes con los que compartieron vida y ocio en el Erasmus del año pasado.

Dejen a un lado las armas y pidan a sus diplomáticos que dialoguen. Escúchense entre Ustedes después de habernos escuchado a nosotras y nosotros: verán cómo se percatan de que la paz es tan absolutamente necesaria como la guerra es tan completamente inútil. Deben recobrar el animis negociandi, la voluntad de acordar, y comprometerse a respetar lo acordado, además de ceder sobre todo aquello en lo que ceder se puede. Abran sus oídos al clamor de los sollozos silenciados de los miles de niños indefensos aniquilados en Gaza, de las lágrimas de sus madres y padres, de los soldados y civiles que en Ucrania y Rusia expiran cada día con los nombres de sus seres queridos en los labios… Hay salida, hay solución: una Conferencia de Paz que todas las gentes de buena voluntad están ya pidiendo a gritos. Solo se precisa de voluntades estatales y privadas para convocarla. Su reclamo movilizará los mejores espíritus y su ejemplo cundirá por doquier. Nadie querrá ser visto como asesino de un anhelo tan humano, y posible aún, como el de la paz.

Fuente: elobrero.es