Nada sobra en la historia que nos cuenta el director J. A. Bayona y cada detalle (sin un gramo de truculencias) sirve para acercarnos a la realidad de unos seres que, abandonados por el destino y las circunstancias, hubieron de dejar atrás todo su andamiaje filosófico y cultural, incluso desandar su escala evolutiva de Sapiens, para enfrentar cada día de aquel episodio estremecedor. Tenía muy claro el director qué quería contar y cómo quería esa historia, ello se muestra ya desde el título, pues en efecto aquellas gentes perdidas en la inmensidad de las montañas solo tenían la posibilidad de sobrevivir ingiriendo proteínas, cierto, pero dadas las características de sus disponibilidades alimentarias la necesaria condición previa exigía que el grupo humano reprogramase sus códigos de comportamiento, desde las propias esencias. La supervivencia requería construir las bases de un nuevo tipo de sociedad, una sociedad de prejuicios mínimos que permitiese el aprovechamiento de los muertos para proporcionar resistencia a los vivos. Luego, tras el rescate y el regreso al punto de partida, llegarían las especulaciones, los rumores de canibalismo y la truculenta foto de una pierna humana a medio devorar… “¡Qué Dios los perdone!”, publicó un diario en primera plana.

¡Pero, ay!, más allá del avión perdido en los Andes, ya se sabe que vivimos en la era del canibalismo digital, con la mirada fija pegada a la pantalla. El mundo material pierde solidez de manera progresiva, hasta que nuestra realidad se transforma en un simulacro. Hoy nos alimentamos de imágenes fast-food que, aún con niños o gatitos, consumimos sin prestar demasiada atención. Y ese menú de cualquier cosa acaba con la sensibilidad social, esa que convocábamos a efectos de promover la rebeldía.

Ello lo comprobamos día a día con las imágenes que nos llegan desde otros entornos, lejos de la nieve, pero igualmente olvidados a su suerte, Gaza por ejemplo. La anestesia sensorial y emocional que produce la exhibición constante del sufrimiento ajeno ha convertido la fotografía (antaño un arma) en pura anestesia. Vemos guerras, mutilados, muertos, sangre, destrucción, ¿alguien cree que esas imágenes sensibilizan a la audiencia de las tv, a los lectores de periódicos, a los usuarios de internet? La libertad que se asociaba a la garantía de que hubiera una cámara dentro de los conflictos ha cambiado de bando, hoy se ofrece al servicio de los poderosos.

Edward Snowden, el exempleado de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) y de la Agencia de Seguridad Nacional (NSA), que hizo públicos documentos clasificados como alto secreto, manifestó recientemente: “no importa cuál sea tu orientación política, debería horrorizarte que los medios de comunicación que dicen preocuparse por la ‘desinformación’ suprimieron la cobertura de la posición de Sudáfrica contra el genocidio de Gaza, pero cubrieron completamente la defensa de Israel al día siguiente, negándote intencionalmente la historia completa”.

Hace ya años Susan Sontag distribuyó una reflexión en las principales cabeceras internacionales sobre las imágenes de las torturas en la cárcel de Abu Ghraib, al principio de la guerra en Iraq. Su estudio conectaba con los análisis sobre la fotografía en la cultura de masas publicado por la propia Sontag tiempo atrás, bajo el título Ante el dolor de los demás. En ambos trabajos la autora planteaba el efecto que tenía el uso de imágenes como arma de denuncia de injusticias. Examinando una serie de fotografías relevantes hacía comentarios sobre el uso que se les había dado mediante los textos que las habían acompañado, todo modo con tal de llegar al punto G de las emociones, allí donde Sontag concluye: “las sociedades industriales convierten a sus ciudadanos en adictos a la imagen: es la forma más irresistible de contaminación mental”.

 “¡Qué Dios los perdone!”

Fuente: https://mundoobrero.es/2024/03/02/canibalismos/