Desde que el pasado mes de julio Nicolás Maduro viese refrendado su mandato en las urnas por el pueblo venezolano, las máquinas de desinformación e injerencia de las mal llamadas democracias burguesas occidentales han acelerado un proceso de acoso y derribo contra la Revolución Bolivariana de Venezuela, el cual ya había sido activado meses antes de las elecciones. Este proceso incluyó una estrategia de golpe mediático que comenzó con una guerra de encuestas cuyo objetivo no era otro que crear tensión e incertidumbre con el fin de desconocer unos resultados electorales que, de antemano, se sabían muy difíciles para una oposición desorganizada, sin estrategia ni apoyo significativo entre los propios venezolanos.
La figura del hoy autoproclamado Edmundo González Urrutia no es más que una sombra, un simple parche seleccionado por la verdadera mano que mece la cuna: la ultraderechista María Corina Machado. A día de hoy, la llamada «Dama de hierro» caraqueña sigue representando a los sectores más radicales de la oposición venezolana, aquellos que, respaldados por Washington y las corporaciones mediáticas internacionales, han logrado monopolizar la oposición a la Revolución Bolivariana, a pesar de que, sin duda, existen en sus filas otros nombres más capacitados y mucho menos apátridas.
Aquellos que apoyaron las sanciones contra su propio pueblo, conspiraron con la OEA para derrocar a toda costa al gobierno revolucionario e incluso participaron en los intentos del fantasioso gobierno de Juan Guaidó por provocar una intervención armada del Comando Sur en territorio venezolano, son los mismos que hoy pretenden presentarse ante la comunidad internacional como los legítimos representantes de la soberanía de su país. No son más que títeres del imperialismo, puntas de lanza del saqueo y dominio de los recursos naturales de Caracas, algo que los gobiernos de Washington y Bruselas, con la participación de diversas multinacionales, llevan planeando abiertamente durante décadas.
Y ese es el verdadero pecado original de la Revolución bolivariana, reafirmado y consolidado en las elecciones presidenciales del 28 de julio. No se trata de un problema con las actas ni de las simpatías o antipatías de los dirigentes de turno. El conflicto venezolano radica en la intransigencia de las democracias burguesas occidentales ante un gobierno venezolano respaldado por el poder popular, que utiliza la riqueza petrolera y los recursos naturales del país para promover los derechos económicos, sociales y culturales del pueblo trabajador. Es una experiencia revolucionaria que abrazó la soberanía de Venezuela, expulsando a las oligarquías extranjeras y enfrentando a los parásitos de la propia burguesía venezolana, en una lucha de clases que sigue desarrollándose con una violencia desmedida.
Estrategias de desestabilización
En este contexto, debemos entender la desproporcionalidad de la cobertura informativa de los medios de comunicación españoles y la cascada de titulares sumamente agresivos contra el gobierno de Nicolás Maduro. Mientras se omite la represión del gobierno argentino contra los pensionistas que protestan por el drástico empobrecimiento de sus condiciones de vida o el fraude democrático en la Francia de Macron, estas páginas y horas informativas son rellenadas con campañas organizadas, destinadas a generar un clima de tensión permanente contra gobiernos antiimperialistas como los de Caracas, Managua o Pekín. En la era de las fake news y las redes sociales, los medios tradicionales siguen siendo una de las principales herramientas de la burguesía, preparando el terreno ideal para promover intentos golpistas y otras estrategias de desestabilización contra las verdaderas democracias revolucionarias: aquellas que han decidido apostar por una democracia de participación directa y protagónica, en la que el pueblo es el agente de su propia transformación.
Es precisamente la demoledora ausencia de cualquier rastro de participación directa y protagónica del pueblo trabajador europeo en el debate sobre su propio destino lo que explica la facilidad con la que los medios de comunicación españoles han impuesto un relato único, centrado en la necesidad de establecer un gobierno ajeno a los venezolanos. El profundo etnocentrismo de las burguesías europeas, junto con el completo seguidismo de la estrategia global norteamericana para imponer su dominio unilateral, impide siquiera reflexiones básicas, como lo inconveniente que podría resultar para Madrid enfrentarse a Caracas, incluso a riesgo de deteriorar unas relaciones comerciales beneficiosas para ambas partes. La misma política de tierra quemada aplicada frente a Rusia en la guerra de la OTAN contra Ucrania se despliega ahora contra el gobierno de Nicolás Maduro, por unos medios de comunicación demasiado dependientes de sus accionistas o redes corporativas como para considerar mínimamente las verdaderas necesidades e intereses del pueblo trabajador o la dirección política en la Moncloa.
Más allá de las algaradas matutinas de los tertulianos de turno o los titulares incendiarios destinados a tensar las relaciones entre Caracas y Madrid, o incluso la propia convivencia política dentro del Estado, la falta de una reflexión mediática autónoma y la ausencia de una voz propia en el escenario internacional ponen en evidencia los claros límites de nuestro sistema político y las profundas dependencias de un modelo de convivencia basado en la imposición de unas reglas del juego diseñadas exclusivamente para sostener el dominio estadounidense. Un mundo basado únicamente en la determinación del más fuerte y en el saqueo continuo de los recursos de quienes no puedan o no quieran oponerse a ello.
Los ríos de tinta y las horas de televisión dedicadas a señalar a la Revolución Bolivariana en los medios de comunicación españoles evidencian las carencias democráticas de un régimen sometido a dinámicas imperialistas y su total incapacidad para defender siquiera un ápice de nuestra soberanía, incluso en ámbitos históricamente y culturalmente propicios para ello. Cada desmesura, cada exabrupto y cada ataque contra la patria de Simón Bolívar no hacen más que ejemplificar lo cerca que está el pueblo venezolano de consolidar su independencia y su voz en el mundo, frente a lo lejos que todavía se encuentra la vieja y arcaica monarquía española de empezar a comprender la urgente necesidad de recorrer ese mismo camino.