Más de 14 millones de canadienses, según los datos, serán sacrificados por Asistencia Médica para Morir (MAiD) en lugar de recibir cuidados paliativos o de salud mental.

Dejemos que ese número se hunda: 14,7 millones de seres humanos asesinados por el Estado.

El colapso expone la cruda crueldad debajo del lenguaje burocrático.

Se espera que más de nueve millones sean ancianos: nuestros padres, abuelos, la generación que construyó el país. Se proyecta que otros cuatro millones sean aquellos que luchan contra enfermedades mentales o pensamientos suicidas, personas que deberían recibir compasión y tratamiento, no una inyección letal financiada por el gobierno. Se pronostica que trescientos mil son indígenas, continuando un ciclo de siglos de exterminio sancionado por el estado enmascarado como "cuidado". El resto son los olvidados: los adictos, los pobres, los sin hogar. Aquellos que alguna vez cayeron por las grietas ahora están siendo empujados deliberadamente a través de ellas.

Lo que estamos presenciando no es compasión, es una agenda de despoblación disfrazada de reforma de salud. Durante años, las élites han hablado con eufemismos sobre "sostenibilidad", "asignación de recursos" y "reducción del impacto humano".

Pero detrás del lenguaje estéril se encuentra la misma filosofía que impulsó los programas de eugenesia en el siglo pasado: que algunas vidas ya no valen el costo de mantenerlas vivas. Esta es la nueva cara del control de la población: limpio, clínico y financiado por los contribuyentes.

Esto es de lo que habló Bill Gates hace años cuando explicó con calma que los "paneles de la muerte" serán necesarios para mantener los sistemas de salud "sostenibles". La idea fue descartada como una conspiración distópica en ese momento.

Pero hoy, estamos viendo esos mecanismos exactos instalados silenciosamente: comités, pautas y análisis de costo-beneficio que deciden quién vive y quién muere en nombre de la eficiencia fiscal. Los arquitectos de este sistema lo llaman misericordia. En verdad, es la racionalización económica de la muerte.

Y no se detiene con Canadá. Conversaciones similares están ocurriendo en todo Occidente, desde el Servicio Nacional de Salud del Reino Unido hasta los grupos de expertos de EE. UU. que abogan por la "optimización de costos al final de la vida útil". La narrativa se está extendiendo, una que enmarca la eutanasia como empoderamiento, mientras entierra el hecho de que el propio sistema creó la desesperación en primer lugar. Cuando la gente es aplastada por la inflación, el aislamiento y el colapso mental, el Estado no llega con ayuda, sino con una jeringa.

Los datos están ahí para que cualquiera los vea. El SAGE Journal y el Journal of Death and Dying lo dejan claro: no se trata de compasión, se trata de control. El gran reinicio de la humanidad no siempre viene con guerras o pandemias. A veces viene disfrazado de amabilidad, susurrado en el lenguaje de "elección" y "dignidad".

Pero no se equivoquen: lo que se está construyendo para Canadá, y pronto para el resto del mundo, es un sistema de declive administrado, donde la vida humana se reduce a una partida en un balance.

Las élites han declarado la temporada abierta para los vulnerables. Y a menos que hablemos, lo llamarán progreso.

Entero artíoculo AQUÍ: El 'plan de despoblación' de 1,2 billones de dólares de Canadá al descubierto: descubren el complot del gobierno para sacrificar a 14,7 millones de ciudadanos - The People's Voice